La historia del punk de primera ola en València –la que se inicia poco
después de la muerte de Franco y llega hasta mediados de los ochenta- es
breve pero trepidante; llena de gamberradas, peleas y furor
adolescente. Es un capítulo que ha permanecido todos estos años bajo el
radar –eclipsado por otros fenómenos musicales más amables como el pop
electrónico o más mediáticos como la ruta Destroy-, y que ahora se
exhuma por partida doble. La biografía del grupo 'Interterror', escrita
por Héctor Hugo Navarro, y la crónica oral 'Miles de muchachos', que
presentará dentro de poco el periodista Eduardo Guillot, acuden por fin a
cubrir esta laguna.
Nos ocupa ahora la primera de estas referencias, publicada
maravillosamente en Ediciones Per(r)ucho el pasado mes de octubre. Se
trata de una pequeña joya tanto por su contenido como por su diseño
editorial, con impresión en risografía y acompañada de un cómic, un
fanzine con material gráfico de la época y un mapa donde se nos señalan
las zonas de València donde se movían –y removían- las tribus urbanas en
los ochenta: punks, skinheads, mods, new romantics, rockers, heavies y
hippies. A los que no pudimos estar ahí, este libro nos adentra en los
bares, salas de conciertos y callejones por donde merodeaba la nueva
fauna de la modernidad. Y nos regala testimonios en primera persona con
anécdotas salvajes y muy divertidas que nunca se habían puesto en negro
sobre blanco.
Se nos habla por ejemplo de “la basca de la lechería”, un grupo de
decenas de chavales ataviados con las preceptivas chupas de cuero
tuneadas con imperdibles y botas Dr Martens, que se reunían entre semana
en un callejón junto a la plaza del Dr Rodrigo Botet. Allí se pasaban
las tardes bebiendo cerveza barata que compraban en el ultramarinos que
regentaba el “señor Vicent”. También estaban los bares de batalla de la
zona de la calle Pelayo y alrededores, cercanos a las discotecas donde
pinchaban nueva música como Metrópolis y Pyjamarama. Por ahí pululaban
los mods de la época, siempre a la gresca con los punks (en clara
emulación a las peleas entre mods y rockers de la película
'Quadrophenia'). Se nos habla asimismo de la zona de las Tascas, “donde
era fácil encontrar en la misma calle a hijos de la alta sociedad que
hacían cola para entrar en la discoteca Bounty con los punks que bebían
litronas”. Esta también es una crónica de salas de conciertos hace
mucho tiempo desaparecidas, como Planta Baja, en el barrio del Carmen, o
Nou Café Concert, antecesoras de otras como Gasolinera o Pachá
Auditorium (posteriormente rebautizada como Arena Auditorium).
“Antes de que se convirtiera en un país normalizado, los vacíos
legales, el miedo de los nostálgicos a ser removidos y la energía
contenida durante décadas por los que aspiraban a la libertad total de
expresión, contribuyeron a una primera etapa de fiebre creativa sin
cortapisas, que dejaron hermosas perlas deformes hoy difíciles de
concebir, como por ejemplo las canciones de Interterror”, escribe el autor.
Las “movidas” contraculturales no solo se dieron en Madrid y Barcelona,
sino también en capitales de provincia como Vigo, Gijón, Bilbao o
València. Dentro de estas, la investigación de Héctor Hugo se centra en
la escena valenciana que recogió el influjo del punk 77 que llegaba
desde Londres –una escena liderada por bandas como Sex Pistols, The
Damned, Buzzcocks, The Exploited-. En ese contexto surgieron en València
decenas de grupos de trayectoria fugaz y errática como Análisis de
Orina, Killers, Extrema Cordialidad Homicida, Guerrilla Sub, Nuevo
Ejército de Salvación y La Resistencia. Entre todos ellos, Interterror
fue de los pocos que consiguieron cierta resonancia a nivel nacional,
aunque fue Seguridad Social la única banda que consiguió llevarse el
gato al agua y hacer de la música una profesión estable hasta el momento
presente.
Que el país se hubiese librado de la dictadura no significa que fuese un
paraíso. Durante la Transición democrática, España era un país convulso
y más crudo y violento del que hoy conocemos. También fue un terreno
especialmente fértil para el consumo de drogas. La falta de legislación
permitía comprar en farmacias sustancias estimulantes muy populares como
la Dexedrina Spansul, y la heroína comenzaba a expandirse entre una
juventud que no era enteramente consciente de sus verdaderos riesgos. El
paisaje se completa con la presencia de la Brigada 26, creada durante
los estertores del franquismo para combatir la delincuencia juvenil
urbana. Esta unidad policial, conocida por sus abusos, protagoniza
varios pasajes del libro.
Fue también el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento del
movimiento skin-head en València, que Héctor Hugo sitúa en torno a 1982.
En realidad nació como una digresión del propio movimiento punk.
Comenzó sin carga ideológica, buscando simplemente una tendencia
estética más agresiva inspirada en el subgénero musical del Oi!, pero
que fue arrimándose a la derecha hasta una completa escisión que llevó a
cambiar como si tal cosa los símbolos anarquistas por las esvásticas.
Este juego de símbolos, que tenía más de confusión adolescente y
voluntad de epatar que de otra cosa, es la que explica por qué
Interterror ha sido etiquetado erróneamente como un grupo filonazi. La
atracción –puramente estética, esencialmente posmoderna- por la
iconografía del III Reich, así como la temática bélica de las letras
grupo, a menudo contextualizadas en campos de concentración o en la
Alemania de la Segunda Guerra Mundial, fueron malinterpretadas. Algo que
le ha ocurrido a muchos otros grupos, desde Gabinete Caligari a Deatn
in June.
Interterror estaba liderado por Paco García Boix (conocido como El Enano
Infiltrado), compositor, bajista y vocalista en la primera etapa del
grupo hasta la llegada de Willy Escribano. Aparte de ellos dos, la banda
original se completaba con Miguel Coll, guitarrista, y Víctor “Acnex”,
batería (y uno de los pocos que ha desarrollado una dilata carrera en la
música, colaborando con grupos como Seguridad Social y Mar Otra Vez
junto a Corcobado).
Nunca ha sido fácil medrar en el mundo de la música pero, en aquel
entonces, menos todavía. Apenas había estudios de grabación ni salas de
ensayo en València –las bandas del momento se concentraban sobre todo en
alquerías abandonadas del barrio de Campanar o en el antiguo horno de
la calle Roteros en el Carmen-. Por no hablar de que, si eras hombre, en
cualquier momento te llamaban a la mili y tu proyecto de grupo se iba
al garete. Por añadidura, la organización de conciertos era muy poco
profesional y muchas actuaciones acababan en batalla campal. La
biografía de Interterror es un claro ejemplo de cómo las vicisitudes
propias de la época, sumadas a la inocencia de unos chavales de entre 16
y 18 años, truncaron prematuramente proyectos musicales de gran
potencial.
La banda fundada por Paco “Enano Infiltrado” solo dejó para la
posteridad una maqueta grabada en el Micro Estudio de Ramón Gilabert a
principios de 1982 ('Vivos o muertos'); el famoso single de 'Adiós Lili
Marlen' convertido en objeto de coleccionista –por un ejemplar en buen
estado se pueden pagar 100 euros-, y un Lp homónimo editado por Citra
que salió al mercado en 1985, cuando la banda ya se había disuelto.
Las cuatro canciones de la maqueta –'Los héroes están cansados',
'Antisocial', 'Discurso de la Reina de Inglaterra ante sucesos del IRA
en el Ulster', y 'Suicídate'- volvieron a grabarse en los estudios
Tabalet un año después, en 1983, con Guillermo Escribano como cantante.
En esas sesiones se añadieron los temas 'Problemas de Estado'; 'Felices
días en Auschwitz'; 'Llamamiento a la sublevación'; '1984, el fin del
mundo', y su mayor éxito, 'Adiós Lili Marlen', convertido en himno que
todavía pinchan de vez en cuando los djs de punk de todo el país. A
título anecdótico, Héctor Hugo relata cómo esta versión punk del clásico
de Norbert Schultze -al que originalmente prestaba su voz Marleen
Dietrich- también fue “fusilada” por otras bandas del momento Derribos
Arias y Olé-Olé.
El detonante de la desintegración de la banda fue uno de los versos de
la canción 'Felices días en Auschwitz'. “Una esvástica, un martillo y la
hoz/No importa quién sea tu ejecutor” tuvo que cambiarse por “Una
esvástica, un pelotón/no importa quien sea tu ejecutor” debido a la
negativa del productor Toni Pep, descendiente de judíos sefardíes y
miembros del Partido Comunista, a “grabar un disco en el que se equiparase a los nazis con los comunistas”.
Víctor, Willy y Miquel aceptaron la modificación por miedo a que el
disco no viese la luz, decisión que motivó la salida del líder de la
banda.
El grupo siguió ofreciendo conciertos durante unos meses con un nuevo
bajista y bajo los designios de Ramón Bertrán como representante.
Crearon nuevas composiciones, más melódicas, que nunca llegaron a grabar
y que no cosecharon el mismo éxito en directo que las primeras
canciones de la banda. Finalmente, la disolución de Interterror dividió a
los miembros originales en dos proyectos diferentes: Noviembre Rojo
(Guillermo Escribano y Miquel Coll) y La Resistencia (El enano
Infiltrado y Víctor Royo).
“Interterror cumplía todos los requisitos del grupo punk: vive rápido, muere joven y tendrás un bonito cadáver”,
explica el periodista Eduardo Guillot en estas páginas. Un cadáver
exquisito cuyo único fruto fue artístico, porque no se llevaron un duro,
ni de sus conciertos ni de la venta de sus discos (no ayudó que nunca
quisieran registrar sus canciones). Hace no mucho, descubrieron que una
cantante, actriz porno y concursante de Gran Hermano argentina Sabrina
Sabrok se marcó en su día una versión de 'Antisocial' por la que no solo
no se pagaron royalties a Interterror, sino que tampoco se acompañó de
ninguna atribución autoral. Cosa que tampoco parece haberles quitado el
sueño. Cuenta el autor del libro que cuando Víctor “Acnex” descubrió el
videoclip de este plagio traidor, su reacción se limitó a exclamar: “¡Vaya peras!”.
[Fuente: Marta Moreira para valenciaplaza.com -Enlace original-]
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