En los años ochenta, la mayoría de los españoles aspiraban a ser
modernos. El vértigo de las mutaciones sociales –del catolicismo a la
posmodernidad– no dejaban tiempo para preguntarse qué tipo de modernidad
necesitábamos. De manera creciente, fue cuajando un paradigma cultural
narcisista que hoy sigue vivo y que es compartido por la izquierda y la
derecha. Definidos como «una explosión de libertad», fueron también
tiempos de censura, competición extrema y amnesia política.
Tres décadas después, se pueden valorar mejor las películas de
Almodóvar, los tabúes de una revolución sexual con veinte años de
retraso y la carga política de palabras como «creatividad»,
«meritocracia» y «transgresión». Los ochenta impusieron un consumismo
pop, una anglofilia con sabor a cena descongelada y una mirada
condescendiente sobre cualquier cuestionamiento del mercado. En este
sentido, no faltaron casos de apartheids culturales que marginaban los
contenidos preferidos por las clases bajas (casi siempre más vivos que
los que promocionaba el sistema).
En gran medida, las derrotas discursivas y materiales de los ochenta
impiden imaginar un futuro mejor. Es hora de pasar revista a los
espectros de la Movida.
[Fuente: akal.com]
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