'Joaquín Sabina, perdonen la tristeza', Javier Menéndez Flores (Plaza & Janés, 2001)

Parece ser que esta no es la primera biografía sobre ese cantautor delgaducho y nicotinado llamado Joaquín Sabina, pero si es la única que ha caído en mis manos y que he devorado con avidez. Por que Sabina, aparte de ser una de esas referencias musicales, literarias y filosóficas de mi vida, ha sido siempre puro misterio, un curioso enigma de inspiración, locuacidad y dominio del lenguaje.

Mi intención era decir en esta reseña que mi curiosidad sólo se ha saciado a medias con el libro de Javier Menéndez Flores, que estructurar a Sabina en lanzamientos discográficos me resulta simplificador, que la vida de un poeta no se descubre a base de datos impresos en hemerotecas. Pero transcurrido unos días desde que pasé la última hoja de Joaquín Sabina, perdonen la tristeza (título que por cierto no me gusta nada), creo que el inconveniente de esta biografía se convierte en su principal virtud: no acaba con el misterio. Javier Menéndez constata lo que ya intuíamos de Sabina: su primavera comprometida, su otoño coherente, su lado golfo, el inconformista, su vida inusual, su sólida vocación, su fidelidad a la noche, la preferencia por los tugurios, la insumisión frente a los madrugones, su visión privilegiada de lo que le rodea, ese poso poético, su indudable y permanente lucidez, su trascendencia como artista de lo meramente musical... Pero no habla de las sensaciones, de los sentimientos, de las ideas que bullen en ese cerebro ahumado, que bien se podían haber plasmado en forma de larga entrevista, aunque lo impagable hubiese sido colocar el prefijo auto a esta biografía.

Menéndez Flores, un sabiniano tardío como él mismo advierte en el prólogo, ha hecho un trabajo de investigación y ha utilizado entrevistas realizadas por él mismo al compositor en un esfuerzo de concretizar lo ilimitable, de condensar lo disperso de una vida y una carrera al margen de los convencionalismos, aunque no, ¡que grandeza!, de la comercialidad. Con este libro no se descubre a un nuevo Sabina, sólo se tienen más datos de él, de su juventud rebelde, de su exilio Londinense, de sus comienzos en España como periodista y cantautor, de su encuentro con Madrid, de su progresivo éxito, pero ¿quién le ha robado el mes de abril?, ¿qué queda de ese joven aprendiz de pintor?, ¿es verdad que las musas se han ido con el Nano?.

Y luego están las valoraciones personales del autor frente a discos y canciones, que por supuesto son respetables, pero que corren el riesgo de ser discutibles y discutidas por los seguidores del jienense, que somos legión (¡¿cómo qué Mentiras Piadosas es uno de sus trabajos más flojos?!).

En definitiva, se agradece el riesgo y el esfuerzo de abordar la biografía de un tipo tan peculiar y popular como Sabina, pero la verdad es que sabe a poco. Y ya se, Joaquín, que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.

[Fuente: Daniel Vega, para cuantoyporquetanto.com]

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