'Arde Madrid', Kiko Herrero (Sexto Piso Ediciones, 2015)

Como Kiko Herrero era programador de eventos y fiestas en el mítico local Rock Ola, a principios de los ochenta, llevaba la vida que se le presupone a estos habitantes de la Movida madrileña: sexo en las calles, drogas nuevas y músicas varias. “Había muerto el ogro y la gente quería bailar y vivir la vida durase lo que durase”, recuerda. “De hecho muchos murieron o se quedaron colgaos”.

Así que, para no morirse o quedarse colgao, para no acabar en el “sumidero”, Herrero huyó a París, donde hace varios años regenta junto a Serge Ramon el espacio Éof para eventos culturales y artísticos.

Últimamente este exiliado voluntario se puso a escribir y le salió Arde Madrid (Sexto Piso Ediciones), con el que quedó finalista del prestigioso Premio Goncourt en la modalidad de escritor novel. Pero esta novela estructurada en pequeñas píldoras no solo habla del jolgorio ochentero, sino que nos retrotrae hasta los tiempos de su infancia. Así vemos evolucionar a la ciudad en estas líneas que más que una biografía realista son una autoficción alucinada en la que se mezcla la gris realidad franquista con el recuerdo deformado y la imaginación pura y dura. De los colegios opresivos, los serenos y las señoras con bata a las grandes manifestaciones, conciertos y fiestas con punkis, en un relato lleno de crudeza y humor negro pero también de inocencia.

Aunque su padre fue capitán del ejército republicano y su tío fue fusilado durante la dictadura su familia no sufrió demasiada marginación. “Mi padre era médico y se dedicaba a la desratización en un país en el que no se construían alcantarillas y esos animales proliferaban”, cuenta Herrero, “También quería alejarme del cliché del autor español que explicita que el dictador era malísimo, cosa que ya sabemos. Cuando cayó el Muro de Berlín llegó a París mucha gente del Este quejándose constantemente: resultaban cansinos”.

Buena parte de los relatos de Arde Madrid giran en torno a la idealizada figura del padre y de hecho comienza con él llevándole a ver una ballena en proceso de putrefacción que trajeron desde las costas del norte a Moncloa, una experiencia que recuerda a los gitanos que traen el hielo al comienzo de Cien años de soledad. “La ballena es una metáfora del fin del franquismo, en proceso de descomposición, absurdo y maloliente”, dice.

¿Cómo se ven Madrid y España desde París? “París es una ciudad muy dura, donde se nota mucho la miseria y la desigualdad. Trabajadores cansados y aislados y señoras ricas con caniche. En Madrid, aunque mucha gente que conozco lo esté pasando mal, hay más vida. Los franceses ven España como ese país alegre en el que quisieran jubilarse. Algo así como viva la vida, viva el comercio, vivan las carreteras y los aeropuertos”, explica Herrero asomado al balcón del piso de la Plaza Mayor en el que suele hospedarse en sus visitas.

Hace unos días la presentación de la novela se celebró en uno de los templos de la Movida, la Vía Láctea, en Malasaña. “Fue una sorpresa, no sabía que seguía existiendo. Y aunque ahora no se pueda fumar todavía esta amarilleada por la nicotina de aquella época”.

[Fuente: elpais.com -Enlace original-]

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