Cincuenta años en la carretera como rockero incombustible, es mucho
tiempo. Miguel Ríos se jubiló hace dos años y ahora presenta sus
memorias en un libro en el que se atreve a desvelar algunos de sus líos
de sábanas y coqueteos con la droga con un estilo desenfadado, honesto y
lleno de chascarrillos. "Hay gente que hace una profesión paralela con sus excesos, pero una de las máximas en mi vida siempre ha sido la discreción", asegura Miguel Ríos en la presentación de su libro, 'Cosas que siempre quise contarte' (Planeta), en el que relata "el momento más jodido de su vida", cuando estuvo en la cárcel de Carabanchel al ser detenido por consumo de cannabis.
No se puede decir que Ríos colme sus memorias de heroicidad,
complacientes justificaciones o acusaciones que sirvan para ajustar
cuentas, sino que cuenta, en una especie de novelesca biografía, muchas
de sus aventuras, en las que no evita reconocer algunos de sus excesos. "Mi
único cortapisas con las drogas fue que no me jodiera la garganta: no
he sido un gran cocainómano, porque, cuando te metes mucho, acabas
cantando como el culo", asegura. Dice guardar mucho respetos hacia los estupefacientes que ha consumido a lo largo de estos años, "así como con todo con lo que me he relacionado en la vida", subraya el que puede ser conocido como el más expresivo de los discretos.
Miguel Ríos ha tratado de ser siempre un rockero de su tiempo. "Siempre me ha interesado mucho pertenecer al tiempo que me correspondía",
defiende el autor de El blues del autobús. Y, precisamente, en estos
tiempos, se aqueja de vivir golpeado por la actualidad política, por "la desfachatez del poder" y por "la
escalada irrefrenable de la desigualdad". "A uno que siempre ha querido
tener colocado el corazoncito a la izquierda, las noticias de hoy,
claro, le duelen", sostiene.
En este libro trata Miguel Ríos de "trascenderse" a sí mismo y con ritmo
de "rock and roll" recorre la vida de un artista que quiso ser el
rockero de "los de abajo" y "plantarle cara" al poder. Así ocurrió en
uno de sus conciertos, en el que el carácter de Ríos hizo que el por
aquel entonces Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, se
levantase de su asiento y se marchase con todo su séquito.
Es el rock, el género que le permitió a Ríos (romper con los roles,
dejar de vestirse como su padre para cargarse de modernidad en una
España que vivía "atrasada". Eran los años 60, cuando el cantante dejó
su Granada natal para trasladarse a Madrid, una ciudad que en un
principio creyó "hostil" y que posteriormente le descubriría un mundo
"increíble".
Era el pequeño de siete hermanos de una modesta familia en la que el
padre moriría pronto, unos humildes orígenes del que se convertió en El
Rey del Twist y que ahora, tras retirarse de los escenarios, se define,
entre risas, como "el héroe de la tercera edad".
Precisamente, su último concierto en Guanajuato (México) le sirve a Ríos
para comenzar y finalizar el libro y a los lectores para percatarse
desde el principio del carácter de este músico, que prefiere estar cerca
de "la gente de calle". "Los cuates que están en las gradas,
los que están en la calle, en los balcones, en las terrazas, sigan
haciendo palmas, sigan bailando, lo están haciendo muy bien. Los de la
zona noble solo tienen que hacer tintinear sus joyas", gritaba Miguel Ríos en el concierto de Guanajuato, que ponía fin a su gira de despedida Bye, Bye, Ríos. Rock hasta el final.
Le siguen premiando y, recientemente, se ha anunciado que ha sido
galardonado con el Premio a la Excelencia Musical de los Grammy Latino.
Lo que Miguel Ríos tiene claro, al fin, es que quiere alejarse de los
grandes conciertos y las giras de promoción, porque es su forma de
evitar acabar convertido en una caricatura de sí mismo.
[Fuente: lavanguardia.com]
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